2 EL CUENTO POLACO

El camino largo de Roma va mostrando a su paso casas rurales en sus huertas y parcelas. Nos lleva al sur hacia San Fernando y al norte, hacia Pelequén y a Polonia…
Allí aún están presentes el campesino tradicional, la curandera de empachos y “otras hierbas”. El diablo también se aparece de vez en cuando.
Impresionan los restos de una estación ferroviaria que al morir se llevo parte de la vida de la aldea. El hombre de Polonia se aferra a su terruño. El polaco quiere vivir y lo demuestra trabajando en la agricultura, en la planta impregnadora de madera, en la tabaquera, en la cartonera, donde se hacen los envases para las frutas. Otros los “pat′e perros”, prefieren buscar trabajos estacionales en Malloa.
También le ponen el hombro los 260 niños y niñas, junto a los 11 profesores de la única escuela, la F-436. Su director, Atilio Hernán Vallejos, nos cuenta que además de la educación común se imparte enseñanza primaria en electricidad y carpintería: “Muchos chiquillos se quedan con esto no más para toda la vida”
Le preguntamos quién podría darnos antecedentes sobre los orígenes de la denominación de Polonia. Fija la vista al otro lado de la carretera y contesta:
-Aguilú- apuntando a la orilla de la línea férrea, cerca del puente Charquicán.
Justamente allá estaba, en su casa carcomida por el tiempo, por los temblores y los movimientos que produce la carrera desenfrenada del ferrocarril. Con más de 70 años a cuestas, don Ernesto Aguilú esconde la cara tras su sombrero.
Nos cuenta que tiempo atrás los dueños de este fundo, hoy parcelado, contrataron a un administrador de origen polaco, quien trabajo por muchos años con excelente desempeño. Pero un día decidió retornar a su patria y el patrón, para retenerlo, le cedió un terreno considerable con la condición que lo bautizará “Polonia” y se quedará a vivir allí. Pese a eso el polaco se fue a Brasil unos años después. De él nunca más se supo, pero la aldea quedo para siempre con el nombre Polonia.





Cuando muera, es probable que Aguilú se lleve consigo todo lo que sabe sobre su querida tierra: “Aquí vivimos tranquilos; nadie nos molesta. El único que mete bulla es el tren que va y viene al sur. Somos campesinos sin enredos, la gente tiene mucha “ciencia general”.
-¿Qué significa eso?- preguntamos
-Son generosos. Uno con otro nos ayudamos. Ese dicho lo aprendí en el colegio- aclara, mientras sus ojotas desgastadas remueven la tierra que esta a su alrededor.

La Tercera, Revista Buen Domingo 25 Noviembre de 1990.